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El futuro del 15M que mutó en proyectos electorales pasa en buena medida por lo que suceda en las ciudades donde gobierna
 
 
¿Qué queda del 15M? Está fue una pregunta recurrente por parte de diferentes medios de comunicación en su primer y segundo aniversario. Su quinto aniversario en 2016 supuso un punto de inflexión en la atención mediática recibida. Los resultados electorales de las elecciones municipales habían llevado al gobierno de diferentes ciudades españolas a personas que de un modo u otro se podían relacionar con el periodo de movilización que emergió el 15 de mayo de 2011. Eso sirvió para establecer vínculos muy directos entre la movilización en las plazas y el acceso a la política institucional. Pero ni el 15M había desaparecido los años anteriores, ni todo el 15M buscaba ese paso a la política institucional. Ahora llega el sexto aniversario y convine seguir pensando sobre qué es el 15M hoy.

El machismo zafio instalado en el éxito de Risto Mejide y Pablo Motos, las dos perlas recientes de la hombría renovada en España, solo es la punta del iceberg de una cultura bien asentada en el inconsciente colectivo, extremadamente difícil de erradicar de cuajo porque hunde sus raíces en una conducta atávica y tradicional que viene de muy lejos, formando un tejido subliminal en la inmensa mayoría: es la normalidad frente a la excepción de la igualdad y el respeto mutuo de género.

Rosa Luxemburgo escribía en 1899 que las instituciones representativas, formalmente democráticas, son en esencia los instrumentos de los intereses de la clase dominante. Hoy, 118 años después, no parece que esta afirmación haya cambiado de manera sustancial, al menos en la mayoría de los países. Tenemos una democracia limitada en muchos aspectos, y uno de ellos es el régimen electoral de estados que pretenden ser un ejemplo de libertad y de pluralismo. Lo podemos ver haciendo una breve comparación de los sistemas existentes en los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, España, Suecia y los Países Bajos. Algunos expertos pueden cuestionar si es más justo aplicar el reparto de votos en función de la Ley de Hondt, del cociente Hare / Niemeyer o del método Sainte-Laguë, pero la verdad es que la mayoría de los países supuestamente democráticos están a años luz de cualquiera de estos tres métodos.

Entrevista a Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo, autores de Escuela o barbarie

 

“Hemos pasado de considerar la educación como un derecho a considerarla como una inversión para un negocio vital que va a durar toda la vida”

 

 

 

Carlos Fernández Liria es profesor de filosofía en la UCM. Entre sus numerosos libros cabe citar En defensa del populismo (2015), Para qué servimos los filósofos(2012) y El orden de El Capital (2010, con Luis Alegre Zahonero. Olga García Fernández es profesora de enseñanza secundaria. Milita en las Marea por la Educación Pública de Toledo. Enrique Galindo Fernández es también profesor de enseñanza secundaria. Activista de la Marea Verde.

 

Nos centramos, en esta conversación, en algunas de las temáticas desarrolladas en su libro Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, publicado por Akal, Madrid, 2017.

 

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 Antes de entrar en el contenido de vuestro libro permitidme situarme en los alrededores. Escuela o barbarie es el título de vuestro libro. ¿Un homenaje, un recuerdo a la disyuntiva excluyente de Rosa Luxemburgo sobre socialismo o barbarie?

Aunque en el escaparate mediático solo se venda corrupción a mansalva, la realidad es más compleja y cruel. Veamos que se esconde tras las noticias sensacionales de políticos delincuentes, empresarios venales, jueces ultraconservadores, fiscales tibios y periodistas de postín a sueldo de las elites que conforman el orden establecido. Aquí van 10 puñetazos al rostro en forma de gritos al viento, tal vez del olvido inmediato entre la riada de noticias que se anulan unas a otras al instante de consumirlas en una ojeada de compromiso pasajero.