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Cultura y Derechos Humanos: compromisos irrenunciables

  " Si eres neutral ante situaciones de injusticia, es que has elegido el lado del opresor"

Desmond Tutu

    "La libertad de expresión hay que defenderla y también la ética. Cuando una y otra confrontan, desde luego no hay que apoyar la difusión o al personaje que defiende postulados contra la libertad, la justicia o la paz"

Santiago González Vallejo (Comité de Solidaridad con la Causa Árabe)

Una evidente prueba y palpable demostración de que no vivimos en sociedades auténticamente democráticas, son las continuas divergencias entre el mundo de la cultura en general (artes, deportes, etc.) con el mundo activista por los derechos humanos. Se prostituye de esta forma la clásica imagen del intelectual, en el amplio sentido del término, comprometido con su tiempo, con la época que le ha tocado vivir, para sustituirlo por meros "agentes gestores" de la cultura de su tiempo, sin ninguna otra relevancia pública, ni constitución de referente en cuanto a opinión y pensamiento. Simplemente, nuestras actitudes y comportamientos sociales no están a la altura de lo que sería deseable en una sociedad plenamente democrática. Por ejemplo, hoy día vemos como algo normal boicotear el consumo de cierto producto de cualquier compañía fabricante, si tenemos noticia de que dicha empresa lleva a cabo actividades ilícitas, perversas, ilegales o engañosas, o bien, no respeta los derechos de sus trabajadores. Pero...¿extrapolamos este comportamiento al campo de la cultura?


 

Podemos poner varios ejemplos que ilustren este punto. Veamos: ¿dejamos de leer la obra de cierto escritor o escritora que justifique el Holocausto? ¿dejamos de ir a los conciertos de cierto grupo musical que apoye postulados fascistas? ¿dejamos de adquirir cuadros de cierto pintor si nos enteramos que ha apoyado causas injustas? ¿dejamos de ver películas de actores o actrices que hagan campaña en contra de los derechos de los homosexuales? ¿seguimos apoyando a nuestro equipo de fútbol favorito si participa en torneos organizados en países cuyos gobiernos no respetan los derechos de las minorías? Podríamos poner miles de ejemplos más, todos en la misma línea, que irían a converger en la idea central que estamos intentando exponer: nos falta aún madurez democrática, porque todavía no hemos alcanzado la convergencia plena entre la defensa de un discurso a favor de los derechos y las libertades, y el sentido de nuestras acciones, respuestas y prácticas en el ámbito de nuestra vida cotidiana. Justificamos, de esta forma, que el arte o el deporte han de ser "apolíticos", sin darnos cuenta de la tremenda aberración que eso supone. O bien, avalamos, amparados en la supuesta "libertad de expresión", que toda una pléyade de periodistas a sueldo de la clase dominante, dueña de la inmensa mayoría de medios de comunicación, nos invada cada día en sus diarios, emisoras o periódicos con cantidades ingentes de basura mediática.

 

Quizá el mundo del deporte constituya el más fiel reflejo de lo que decimos, porque se han dado multitud de casos donde nuestros deportistas (y deportistas de otros países) no han dudado en participar (salvo honrosas excepciones) en torneos, campeonatos y competiciones de todo tipo, organizadas por empresas, asociaciones o países de dudosa adscripción a los valores democráticos. En dichos casos, el argumento principal esgrimido por los personajes en cuestión (o sus representantes) ha sido el de que "el deporte no se puede politizar". Craso error. No debemos dejarnos engañar. El deporte es una manifestación cultural como cualquier otra, y la cultura no puede desgajarse de la política, por mucho que se intente. Los que argumentan de esa forma, en realidad, lo que están intentando es hacer prevalecer los valores del capitalismo (el dinero, fundamentalmente) sobre los valores democráticos, por tanto, son ellos mismos los primeros que lo están politizando. Porque, entonces, ¿cuáles son los intereses de que cierto equipo participe en determinada competición, o de que cierto grupo musical actúe en determinado festival o evento? ¿o de que los libros de determinado escritor se vendan en cierto mercado? Evidentemente, los intereses económicos. Y hasta que comprendamos nítidamente (y lo llevemos a cabo en nuestra vida cotidiana) que los intereses económicos no pueden prevalecer sobre los intereses de la defensa de los derechos humanos, en toda su extensión, sin fisuras ni pretextos, no alcanzaremos el status de plena sociedad democrática.

 

Y es que bajo el pretexto de la defensa de la libertad de expresión o de la creación artística, no se pueden amparar opiniones, decisiones o comportamientos que vayan en contra de los principios y valores democráticos, en contra del derecho internacional, o en contra de los derechos humanos. Simplemente es inadmisible, y no podemos tolerarlo venga de donde venga, ya venga de un Gobierno, de un intelectual, de un artista, de un deportista, de un escritor, o de cualquier asociación, empresa, organización o medio de comunicación. Incluso podemos extrapolar también la defensa de los derechos humanos a la defensa de los derechos de otras especies (diferentes a la humana), y en última instancia, a todos los sujetos de derecho que entendamos los deben poseer. Nuestra defensa, bajo un contexto democrático pleno, debe extenderse también por tanto a la propia naturaleza, y al resto de los animales que conviven con nosotros, y debemos hacerlo bajo claros compromisos, desde una perspectiva de total y completo alineamiento con las posturas que exigen el respeto a todos ellos, en todo lugar, en todo momento. Y el mundo de la cultura no puede ser ajeno a ello, sino que intelectuales, poetas, escritores, pintores, actores, actrices, cantantes, periodistas, músicos, productores, compositores, filósofos, editores, y un largo etcétera, como punta de lanza de la manifestación de la cultura de su tiempo, deben  comprometerse valiente y exigentemente con la escrupulosa defensa de todos estos derechos. Sólo de esta forma el mundo de la cultura no podrá ser prostituido por los valores capitalistas, representando fielmente los valores de una sociedad democrática.

 Alberto Quiñónez