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Complementariedad entre lo panorámico y lo local

 

Creo que para conseguir que se paralice el cambio climático, y cualquier otra crisis ecológica, se hace necesario conseguir impulsar un movimiento social transformador.

 

Y para ello, es muy importante dedicarse a PENSAR y a ACTUAR con gran intensidad.

 

Pero antes de esto es indispensable tener, a la vez, una visión PANORÁMICA y LOCAL. Panorámica, en cuanto a que no hay que tener sólo la visión de: lo más local (el barrio), el País Valenciano, el Estado de España, Europa… sino también una visión global y planetaria.

Leyendo el artículo de Javier López Menacho el pasado seis de junio aquí en La Réplica, reconociendo este nuevo (¿?) frente que ha abierto el sistema para alimentar las almas más alienadas de nuestro entorno que consiste en llamar privilegiado a toda aquella persona que trabaja en una profesión, que no querrían que realizaran sus hijos ni por asomo, pero que dispone de unos derechos -ganados a fuerza de todo- que para los ideólogos y la masa del aplauso y la falta de conciencia de este sistema son inaceptables, mezclado con todo este calor que nos invade estos días (para el primo de Rajoy el mismo calor de todos los años, para otros producto del inevitable cambio climático) recordé a aquellos maravillosos privilegiados que ya nadie menciona: los albañiles. Una de las profesiones tradicionalmente peor pagadas y consideradas dentro de la escala social del capital y por supuesto más peligrosas, que a consecuencia de la ya bien conocida burbuja inmobiliaria pasó a ser una de esas “profesiones privilegiadas”.

(En esta historia, todo parecido con la realidad no es pura coincidencia)

 

Tico no es mucho español, ni mucho europeo, ni mucho futuro. Es un mendigo callejero que toca con su flauta el Himno de la Alegría y que perturba a las personas que se sientan en las terrazas pidiéndolas unas monedas para sobrevivir en este mundo que siente repugnancia y escalofríos ante la presencia de los indigentes (aporofobia).

 

Le conocí hace un año más o menos. Yo estaba escribiendo en mi despacho al aire libre, (la mesa redonda que ocupo en el Café Columbus de Cartagena). Era un día por la mañana en el que se escuchaban los estridentes graznidos de las gaviotas y sonaba la música del pasodoble “Suspiros de España”1 que sale del interior de la cabeza de una farola.

Es un punto de partida de la Sociología que el contempo­ráneo de cualquier época no tiene consciencia plena, ni de las transformaciones ni de los fenómenos globales más o menos manifiestos que está viviendo, ni de los efectos de ambos a medio y largo plazo. Siempre, más o menos, ha sido así. Pero del mismo modo el contemporáneo de hoy día, aunque está sobradamente avisado, tampoco es ple­namente consciente del alcance de los desgarros profundos en la Naturaleza ocasionados por la ambición y por la necedad humanas. Lo que ocurre es una cosa, y es que ahora, al ser tales cambios sumamente vertiginosos, percibimos mejor la falta de consciencia del contemporá­neo representado por los dirigentes mundiales, por su in­capacidad de anticipación a situaciones sumamente gra­ves previsibles, no precisamente relacionadas con el terro­rismo, sólo solucionable si las potencias occidentales abandonasen militarmente el continente asiático. Capaci­dad de previsión y anticipación, por cierto, que debieran ser exigibles a quienes se aventuran a dirigir los destinos de una sociedad y a todo este sistema sociopolítico im­puesto en el hemisferio occidental, y de las que no obstan­te y en apariencia carecen. Y digo en apariencia, porque otras teorías atribuyen el negarse a la prevención o poner remedios, a la intención perversa por parte de un puñado de canallas de extraer infinitas ganancias de ello, unos, y otros, de conseguir por distintos medios el control absolu­to del planeta...